Julia está desmoralizada y agobiada. Sus empleados, lejos de echarle una mano para poner a flote tan ruinoso negocio, se amotinan y piden una redistribución de las habitaciones. Sus hijos también se suman al motín exigiendo una habitación individual para cada uno, y Alma, que parecía cargada de buenas intenciones, no está en disposición de llevar ninguna a cabo; las resaca tras sus salidas nocturnas la está matando.